MI PADRE
FLAMINIO
era
el nombre de mi padre.
Mi sangre, sostén, guía, ejemplo,
cuando desde aquella infancia cierta,
segura
y tan bulliciosa,
mi
juventud tan rebelde
mi actitud siempre indomable;
me mostró con osadía,
con
firmeza y valentía
cuales eran sus ideales,
sus convicciones constantes,
su praxis insobornable,
su coraje inquebrantable,
su
pesadumbre indignante,
por la
miseria presente
del campesino, el obrero,
el empleado proletario
y la gente más
sencilla
de una patria que iniciaba
la caída más abrupta
por la invasión extranjera.
Desde que éramos muy niños
con mi hermano el compañero
de juegos y diversiones
canicas y correrías
“matado” y “chibiricuartas”
visitamos a mi padre
de la mano de mi
madre,
en prisiones y embajadas .
. .
cuarteles de policía . . .
barrotes y testaferros . . .
de iniciada tiranía,
y sufrimos junto a ella
esa foto de familia
¡qué
recuerdo tan presente
en
forma tan infamante!
adherida como afrenta
en mi primer documento,
un pasaporte imprevisto
con el incierto destino
del más desgraciado exilio.
Ya madura mi conciencia
y muy lleno de optimismo
con el ejemplar modelo
del coautor de mi vida,
en un día fulgurante del año 68,
con tan solo diecisiete
años ya bien
cumplidos,
mi afinidad socialista
mi admiración guevarista
mi vivencia de injusticia
mi vocación de humanista
mi juventud existencialista,
asentó sus posaderas
en la Escuela de Derecho.
Y empecé en mi nueva vida
a estudiar Sociología,
a conocer la doctrina,
el dogma, la
disciplina,
la habilidad, la experticia,
de una profesión compleja,
pero tan noble y hermosa
de linaje y tan honrosa,
elevada y prestigiosa
de la ciencia justiciera
y abracé la
Abogacía.
Puse empeño y gran desvelo
pero siempre fui seguro
de sentirme protegido,
acompañado y bendito
del consejo más honesto
de la corrección segura
del ejemplo y la vivencia
que siempre tuve incesante
de la ¡gran sabiduría!
del espejo de mi padre,
que estoy seguro pedía . .
.
a un Dios en quien no creía . . .
tratar de formar a un
hijo
que fuese un buen Abogado.
Cuando en horas inseguras
de
tareas fundamentales
de
no captar diferencias
entre
razón y justicia
entre equilibrio y derecho
entre contrato y negocio
entre método y discurso . .
.
y no entender
muchas cosas
de la lógica
jurídica . . .
la deontología de esa
ciencia
de la rama del derecho
como sistema de vida,
yo siempre tuve a mi lado
la cimera, la crecida,
la actitud ante esa
vida,
el fundamental modelo
de las reglas
de mi padre
quién siempre fue mi Maestro,
mi oportuno consejero
siempre inseparable guía . . .
Completada la presencia
de mi paso por las aulas,
con un pensum ya cerrado
un privado superado
sin presunción bien ganado,
llegose
por fin un día
en que sentí más
ternura
de darle un beso a mi padre,
quien
con su total modestia
sin fatuidad ni
jactancia
con sencillez y mesura
con el amor muy ufano
de ser un padre ABOGADO
a
un hijo ya abogado,
impúsome con lisura
la
universitaria Toga
y díome el primer
abrazo
de un colega a otro colega.
Fue una fecha memorable
un marzo veinte evocado
del año setenta y cinco,
cuando en el Salón Mayor
de la
Escuela de Derecho
ya entonces
bautizado
con el nombre de mi excelso
también revolucionario,
mi
amigo un valiente invalido
mi profesor de derecho
mi muy querido Maestro
un enero asesinado
“Adolfo
Mijangos López”,
repleto a
lleno completo
de mi madre, mis abuelos,
mi hermano, todos mis primos,
mis tíos y mis padrinos,
mi primogénita
tierna,
mi segundo hijo en camino .
. .
mis amigos de bohemia
de mucha farra y parranda
análisis y desvelos,
ensayos y amanecidas,
guerreros de la justicia,
espartanos guerrilleros,
burgueses y proletarios,
rentistas acomodados,
mis compañeros becados . . .
todos esos bandoleros
mis cuates siempre sinceros
que conmigo se formaron . . .
que siempre me acompañaron
me admiraron, me jodieron
pero nunca me dejaron,
y en el devenir constante
del ajetreo incesante
de mi vida litigante
todavía están conmigo,
desde aquel muy frío enero
cuando pasamos la puerta
de esa casona antañona,
siempre enfrente del Congreso . . .
recinto universitario
en cuyas aulas augustas
testigo de mil batallas
y combates con la pluma,
aprendimos muy patojos
a vivir con la firmeza
de
defender la justicia
desterrando la vileza,
preservando exactamente
el testimonio constante
ecuánime y fervoroso
de la ciencia del derecho,
de la equidad y la templanza
y a vivir con entereza,
tolerancia y gran llaneza.
Por eso por estos días
de junio
con mucho invierno,
cuando no tengo a mi lado
la
presencia de mi padre
mi siempre buen ABOGADO
mi siempre buen consejero
mi orientador
mesurado,
me brotan constantemente
las lágrimas sin consuelo,
de un hijo no sólo huérfano
de su
terrenal figura,
sino sobre todo solo,
desabrigado y carente
de su verticalidad humana,
de su conducta tan digna
de su franqueza y
sapiencia,
de su coraje y paciencia
y también de su ironía,
de su chanza y humorismo,
conjugando en todo ello
la grandeza de mi padre,
quien
gracias a un Dios
en quien ya entonces creía .
. .
con entereza muy propia
saludó presto a la muerte
y tomo la mano de ella .
. .
agradeciendo mi madre,
sus hijos, nietos,
familia,
porque al morir ya no tuvo
aceptando su destino
mi hermano al pie de su cama
ninguna
grande agonía,
sino que se fue tranquilo
a vivir en otra vida
con dignidad y valentía.
Guatemala,
junio de 2008.
Flaminio Bonilla Valdizón