POEMARIO DE LA PROMO66

Tuesday, February 26, 2013

MI PADRE


FLAMINIO era  el nombre de mi padre.
Mi    sangre,  sostén,  guía,  ejemplo,
cuando desde aquella infancia  cierta,
segura  y  tan bulliciosa,
mi  juventud  tan  rebelde
mi  actitud  siempre  indomable;
me mostró con osadía,
con  firmeza  y  valentía
cuales eran  sus ideales,
sus convicciones constantes,
su  praxis insobornable,
su  coraje inquebrantable,
su  pesadumbre  indignante,
por la  miseria  presente
del campesino,  el obrero,
el   empleado proletario
y   la gente más sencilla
de  una patria que iniciaba
la  caída más abrupta
por  la invasión extranjera.

Desde que éramos muy niños
con mi hermano el  compañero
de juegos y diversiones
canicas y correrías
“matado” y  “chibiricuartas”
visitamos  a  mi padre
de  la  mano de mi madre,
en  prisiones y embajadas . . .
cuarteles de policía . . .
barrotes y testaferros . . .
de iniciada tiranía,
y  sufrimos junto a ella
esa  foto de familia
¡qué recuerdo tan presente
en forma tan infamante!
adherida como afrenta
en  mi primer documento,
un pasaporte imprevisto
con  el incierto destino
del  más desgraciado exilio.

Ya madura mi conciencia
y muy lleno de optimismo
con  el ejemplar modelo
del  coautor de mi vida,
en  un día fulgurante del año 68,
con  tan solo diecisiete
años  ya  bien cumplidos,
mi  afinidad socialista
mi  admiración guevarista
mi  vivencia de injusticia
mi  vocación  de humanista
mi  juventud existencialista,
asentó  sus  posaderas
en la Escuela de Derecho.

Y empecé en  mi nueva vida
a  estudiar Sociología,
a  conocer la doctrina,
el  dogma,  la disciplina,
la  habilidad, la experticia,
de  una profesión compleja,
pero  tan noble y hermosa
de  linaje  y  tan honrosa,
elevada  y  prestigiosa
de  la ciencia justiciera
y  abracé   la Abogacía.

Puse empeño y gran desvelo
pero siempre fui seguro
de sentirme protegido,
acompañado y bendito
del  consejo más honesto
de  la corrección segura
del  ejemplo y la vivencia
que siempre tuve incesante
de  la  ¡gran sabiduría!
del  espejo de mi padre,
que  estoy seguro pedía . . .
a  un Dios   en quien   no creía . . .
tratar  de formar a  un hijo
que fuese un buen Abogado.

Cuando en horas  inseguras
de  tareas   fundamentales
de  no captar diferencias
entre  razón y justicia
entre    equilibrio y  derecho
entre  contrato y negocio
entre  método y discurso . . .
y  no  entender muchas cosas
de  la  lógica jurídica . . .
la  deontología de esa   ciencia
de la   rama del derecho
como  sistema de vida,
yo  siempre tuve a mi lado
la   cimera, la crecida,
la   actitud ante esa vida,
el   fundamental  modelo
de  las reglas   de mi padre
quién  siempre fue mi Maestro,
mi  oportuno  consejero
siempre  inseparable guía . . . 

Completada la presencia
de mi paso por las aulas,
con un pensum  ya cerrado
un privado superado
sin presunción bien ganado,
llegose  por fin un día
en  que sentí más  ternura
de  darle un beso a mi padre,
quien  con su   total  modestia
sin  fatuidad ni  jactancia
con sencillez y mesura
con el amor muy ufano 
de  ser  un  padre  ABOGADO
a   un    hijo  ya abogado,
impúsome  con  lisura
la   universitaria Toga  
y  díome  el primer abrazo
de un colega a  otro  colega.

Fue una  fecha memorable
un marzo veinte   evocado
del año setenta y cinco,
cuando en   el Salón Mayor
de la  Escuela de Derecho
ya   entonces bautizado
con el nombre  de mi excelso
también   revolucionario,
mi   amigo  un valiente invalido
mi   profesor de derecho
mi   muy querido  Maestro
un  enero asesinado
“Adolfo Mijangos López”,
repleto    a  lleno  completo
de  mi madre, mis abuelos,
mi  hermano, todos mis primos,
mis  tíos y mis padrinos,
mi  primogénita  tierna,
mi  segundo hijo en camino . . .
mis  amigos de bohemia
de  mucha farra y parranda
análisis  y  desvelos,
ensayos y  amanecidas,
guerreros  de la justicia,
espartanos   guerrilleros,
burgueses  y  proletarios,
rentistas  acomodados,
mis compañeros becados . . .
todos esos bandoleros
mis  cuates siempre sinceros
que conmigo se formaron . . .
que siempre me acompañaron
me  admiraron,  me  jodieron
pero nunca me dejaron,
y en el devenir constante
del  ajetreo  incesante
de  mi  vida  litigante
todavía  están conmigo,
desde  aquel muy frío enero
cuando  pasamos la puerta
de   esa  casona  antañona,
siempre enfrente del Congreso . . .

recinto universitario
en cuyas aulas augustas
testigo de mil batallas
y combates con la pluma,
aprendimos muy patojos
a vivir con la firmeza
de  defender  la  justicia
desterrando la vileza,
preservando  exactamente
el   testimonio constante
ecuánime y fervoroso
de la ciencia del   derecho,
de la equidad  y la templanza
y  a vivir con   entereza,
tolerancia y gran llaneza. 

Por eso por estos días
de junio con  mucho  invierno,
cuando no tengo a mi lado
la   presencia de mi padre
mi  siempre buen ABOGADO
mi  siempre buen consejero
mi  orientador  mesurado,
me brotan   constantemente
las lágrimas sin consuelo,
de un hijo no sólo huérfano
de su  terrenal  figura,
sino sobre todo solo,
desabrigado y carente
de su verticalidad humana,
de su conducta tan  digna
de su  franqueza  y sapiencia,
de su coraje y paciencia
y también de su ironía,
de su chanza y humorismo,
conjugando en todo ello
la grandeza de mi padre,

quien  gracias   a  un Dios
en  quien   ya   entonces creía . . .
con entereza muy propia
saludó presto  a la muerte
y  tomo la mano de ella . . .
agradeciendo  mi madre,
sus  hijos, nietos,   familia,
porque al morir ya no tuvo
aceptando su destino
mi hermano al pie de su cama
ninguna  grande  agonía,
sino que se fue tranquilo
a vivir en   otra vida
con dignidad y valentía.  

Guatemala, junio de 2008.

Flaminio Bonilla Valdizón