“ . . . Cuando
vio su apellido en mis poemas
halló la eternidad en sus pupilas
y vio la luna hundida en mis palabras”.
(fragmento de
“Radiografía de mi Madre”, Werner Ovalle López).
MI MADRE
MARGOT es el nombre de mi Madre amigos:
esposa, Madre, poetisa, abuela,
soñadora
social que cuando pudo
a otros seres iluminó en su vuelo.
Multifacética
multiplicó su ayuda
y a cuanto
humano en su sendero hubo
tendió la
mano abierta, fraternal y amiga,
polinizó la dádiva y entrega pura
recorriendo caminos
de esperanza y vida,
saciando el
hambre de cualquier mendigo
que por
fortuna suya e iluminación divina
Margot mi Madre en su encuentro vino.
Prolífica
multiplicadora de conciencia
fundó refugios, albergues y cobijos
a
quienes abandonados en el sendero
por sus hijos, encontraron en Margot
mi Madre su arropaje.
Y a muchas mujeres
que desviaron
su camino,
y que por
esos inciertos del destino
se alejaron
de la vida, del mundo,
del hogar y
de sus hijos,
encontrándose
no sin sorpresa
en una cárcel
maloliente y fría,
entre
oxidados barrotes encerradas,
mi madre
pródiga fundó para sus niños,
un grande
Hogar y bautizóle con el nombre,
de JUAN XXIII
el franciscano,
a quien la
cristiandad mundial con gran atino
le puso de
inmediato el “PAPA BUENO”.
Con ese gesto,
sin altivez, sin arrogancia,
ante una
sociedad
indolente, infamante y desunida,
mi madre
humana, sideral y amiga
a esas presas
prodigó el abrigo
y brindo
cariño esencial y compasivo.
Sus
convicciones de solidaridad,
de apoyo y
ser columna,
por todos
lados se brindó oportuna
construyendo
caminos de sostén
y humilde ayuda,
que no
recuerdo
con precisión
exacta
a cuantas
obras de caridad
les dio la
cara,
y tuvo gestos
de dádiva sencilla
con su
estatura humana
que jamás ni nunca,
con humildad
devota
y grande
altruismo
impregnado de
sólo amor
sensible y
solidario,
la intención
de buscar
las alabanzas
tuvo,
porque en su
devenir
de compasión
y ayuda
y con grande
humildad esa señora
jamás
lisonjas, títulos ni honores
mucho menos distinciones,
o pleitesías vanas,
ni homenajes comunes
buscó de
nadie en recompensa,
pues esa su
bondad constante
y su siempre firmeza dadivosa,
lo único que la
animó fue su nobleza.
Recuerdo que
de niño
me acercaba a
darle besos,
a deslizar
mis dedos
para
sentirlos fríos,
entre la
ensarta abundante
de su pelo
con sus rizos,
en aquella
ondulante
madeja de mechones
con un color
homogéneo
al azabache.
Y ella presta
respondía pronto
con la
ternura del amor inmenso,
y ese gesto
de dulzura,
de mimos y
cariños,
que desde el
vientre
sentí me
prodigaba vehemente,
esa sencilla
mujer
que en un septiembre bendecido
estampó
su firma y su luz dándome vida.
De niño me
aprisionó en el amor de toda Madre
y al lado de
mi cama estuvo siempre
cuando
algunos dolores me aquejaban
y prontamente
mis cuitas se calmaban,
pero también
con adhesión benigna
me
adoctrinó en rezar el “Padre
Nuestro”
y antes de
dormir recuerdo ahora
yo siempre
quedaba en brazos de MARÍA.
De adolescente
me forjó destino,
y por ella es
lo que sigo siendo amigos míos:
un poeta
cantor de la esperanza
un hombre
guerrero y combativo
un ser humano
flexible y transigente
un trovador
del canto empedernido
un soñador en
alcanzar quimeras
con la exacta
decisión
de un hombre
renacido
y la impronta
claridad
que hay en mi
vida.
Flaminio Bonilla
Valdizón.
Guatemala, 13 de septiembre
de 2000, día en que cumplí 50 años de vida.