POEMARIO DE LA PROMO66

Sunday, July 26, 2020

SER ABUELO

Oscarín 
A título de oasis entre chingaderas -que por cierto me hacen cagar de la risa- te mando este documentito que escribí en recuerdo de mis dos abuelos -Don Ernesto Fuentes y Don Pancho Aqueche- tan distintos uno del otro pero tan iguales en mi recuerdo 
Jorge
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SER ABUELO 

 El Abuelo es, como los partidos políticos, una institución de derecho público. Al menos, así lo ven y lo sienten los nietos. Porque cabe la casualidad de que no hay abuelo sin nietos ni nietos sin abuelo. Con esto de los movimientos emancipadores, el Abuelo –hay que escribirlo con mayúscula- ha perdido prestancia y relevancia. 

Hace todavía algunos años, el Abuelo era el Abuelo. El hombre alto y tieso, o bien chaparro y redondo, en quien los nietos veían el río de la historia. El Abuelo era la ceiba, el arbolón, una especie de castillo con espantos adentro. Y, en resumen, el hombre que sabía mucho y que había visto mucho del mundo y de la vida a través de sus anteojos. Y cuando el abuelo llegaba a la casa era un suceso trascendental. Los nietos se le iban encima para el saqueo general de los bolsillos. Porque el Abuelo era un caballero lleno de bolsillos: los bolsillos del pantalón, los bolsillos del saco y los bolsillos del chaleco. Y siempre había algo, apetecible, en aquellos bolsillos...

Ser Abuelo es ser cabeza de pueblo. Ser Abuelo es ser ‘’ojo de agua’’, nacimiento de río. Ser Abuelo es ser raíz y tronco de un árbol grande. Ser Abuelo es ser un libro de historia, un libro de cuentos, un hombre, casi sobre humano, que viene de lejos –de muy lejos- y que trae en su maleta, cosas de otros mundos, de otros países, de otros pueblos. Ser Abuelo es ser una leontina, un reloj redondo que lleva, en su caja apretados, muchos años. 

Ser Abuelo es ser un bastón. El bastón del Abuelo. Bastón arrancado a un árbol viejo, de otros tiempos. El bastón del Abuelo, colgado en el antebrazo del viejo, como un adorno. Y allá viene el abuelo con su bastón. Y allá viene el Abuelo con su chaleco lleno de pisto. Y allá viene el Abuelo con su voz ronca, opaca de tiempo. Allá viene el Abuelo con su chaleco parchado de bolsitas misteriosas. Allá viene el Abuelo, el que sabe mucho, el que cuenta mucho. El que tiene en la cara caminos y veredas, el de los ojos cansados de tanto ver los largos e interminables caminos del mundo. 

El Abuelo, reloj de la vida. El Abuelo cofre y armario. El Abuelo cuarto de cachivaches. El Abuelo que cuenta cuentos que parecen historias verdaderas y que cuenta historias verdaderas que parecen cuentos. El Abuelo que da pisto redondo y redondas lágrimas lejanas. 

Hoy va a venir el Abuelo. El Abuelo va a venir hoy. Con su bastón y su chaleco. Con su barba y sus cejas blancas. Con sus ojos encapotados. Con su musiquita de recuerdos, con su trompo de colores, con su guazapa y su totito, con su baraja. La baraja del Abuelo tiene su rey de bastos. Su rey de copas. Su rey de oros. Su rey de espadas. Tiene su sota de oros, su sota de bastos y su sota de copas. No hay Abuelo sin baraja. Con ella juega ‘’solitarios’’. Y él cree que no está solo. Que a su lado hay ‘’alguien’’ (Paulita, Margot, Ernestina, Susana, Filomena, Paquita), sombras sin huesos de otros tiempos, que vienen de puntillas a jugar con él. (Porque jugar solitarios es jugar con los muertos, con las sombras, con los relojes sin cuerda de la vida...). 

El Abuelo es un dolor largo y silencioso. Un río lejano, un aire que viene quién sabe de dónde. Tal vez de una guerra antigua, de aquellas que aparecen en los libros de estampas. El Abuelo es un poco de tiempo y un mucho de eternidad. Los abuelos no deberían de morirse nunca. Debieran ser inmortales. Un Abuelo muerto es como una estatua derribada a pedradas. 

Los abuelos debieran volverse niños, otra vez, para jugar con los nietos. Para comer membrillos ácidos. Y algodón de azúcar de colores. Para subirse a la rueda de los caballitos. Y a la ola giratoria. Y meterse a chapotear en los charcos de lodo. Y para ir al circo y ver a los payasos que lloran tizne y harina y vida triste... 

Los abuelos debieran ser como los trenes, como los hilitos de hormigas que suben por las paredes. Los abuelos son como retratos que caminan.Y que aman sin decirlo. Y que se esconden detrás de la puerta para llorar quién sabe por qué. Y que tienen, en los labios, una sonrisa triste que quiere acabarse ya... 

El Abuelo se asoma, sin que ellos se den cuenta, a las ventanas de los ojos de los nietos. Y allí, en esas ventanas nuevas, mira la vida. A la hija, al hijo. Se mira a sí mismo. A lo que él quiso ser y no fue. A lo que quiso que fueran la hija o el hijo, y no fueron. Y se pone alegre -muy alegre- al darse cuenta de que en los ojos traviesos de los nietos está él, naciendo otra vez, dándole otra vez la vuelta al mundo, principiando a ser, a vivir, a sentir, a jugar. Y a soñar. 

Yo creo en los abuelos inmortales, para siempre jamás, per omnia secula seculorum, amén. 

Jorge "Charamila" Fuentes Aqueche
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Gracias Jorge, tomo nota y de lo que te conozco, es lo mejor que has escrito.
Saludos de Oscarín